Son las cuatro y media de la mañana. Como cada noche soy incapaz de conciliar el sueño. Llevo horas revolviéndome inútilmente entre las viejas sábanas, pero nada, es perder el tiempo. La impotencia me supera, el sudor, frío como el hielo, me recorre la frente mientras mis manos buscan desesperadas el calor que desprende mi cuerpo. ¿Curioso no?, la sangre, tan gélida como ardiente, es igual a la que desprenden los corazones enamorados.
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