Son las siete de la tarde, estoy sentada en un vagón de metro de la línea 5 que me llevará hasta Callao. A mi lado una señora pasa las páginas del libro que está leyendo. Intento reconocer alguna de las frases, pero se pierden en mi cabeza. Las tapas se esconden tras un violento telón que refleja la tragedia ocurrida en Madrid aquel fatídico 11 de marzo. Desisto.
Alzo la vista y me encuentro con un panorama desolador, el reflejo de la vida reducido a las cuatro paredes de un tren viejo y descuidado.
Llego a mi destino y salgo a una calle atestada de gente. Barullo, desorden, gritos. Por favor, hoy no.
Apenas consigo avanzar por Preciados. Un voluntario intenta hacerme una encuesta, pero se da la vuelta al comprobar que soy menor. Amelie se abre paso entre el ruido que lo contamina todo a mi alrededor.J'y Suis Jamais Alle.
Vuelvo al metro. Allí las miradas critican por sí solas. Gente que nunca se ha visto sentencia a muerte a aquella a la que nunca verá.
Juzgamos sin conocernos y sin ser conocidos.Sin escrúpulos ni prejuicios. Las lágrimas me brotan imparables ante la atenta mirada de dos niñas pequeñas.
Cuando llego a casa cierro con cuidado la puerta y me meto en la cama,me he convertido en la antítesis de la infancia, no quiero conocer más mundo por hoy.
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